viernes, 11 de diciembre de 2020

 

Por el camino de tierra, polvoriento, pedregoso, llevo mi carro precario con las piedras hacia el pueblo.
Es pesado por la carga que llevo.
Es trabajoso por sus ruedas gastadas por el tiempo.
Mis manos ampolladas sangran por el esfuerzo de tanto ruedo.
Mis pies descalzos ya se acostumbraron formando un gran callo como suela para el trayecto.
Miro a la lejanía y vislumbro algunas casas del pueblo.
No siento alegría ni consuelo porque este no es otro más de los infinitos recorridos a transitar por este sendero.
En medio del mismo un gran abismo ha aparecido.
Lo miro, lo observo, lo mido y con seguridad obstruye mi camino.
Parece no tener fin y si tiro las piedras es como llenar un vacío. Me quedaría sin pasar y sin la carga, eso no tiene sentido.
De pronto me miro, con mis pies calcinos, mis manos llagadas y curtidas por el destino.
Dejo el carro con su carga, camino sin rumbo a otro destino.



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